EL VALOR DE LAS COSAS
- El otro día leí una entrevista
con Carolina Herrera, una mujer que me cae bien y cuyo trabajo admiro,
porque es consecuente con su mundo y lo proyecta con gracia y tesón, que
me dejó un poco perpleja. Se la hacía un gran periodista y sociólogo,
una persona que siempre he encontrado delicada, curiosa y penetrante.
Esta vez, en cambio, me dio la impresión de que, o bien la entrevistaba
desganado, o bien empecinado en ignorar a quién tenía delante, o
definitivamente, que llegaba ante ella lleno de prejuicios.
Pensar que Carolina Herrera es sólo una señora millonaria de
buenísima familia que ha colocado sus caprichosos modelos en el mercado
gracias a sus contactos en la prensa especializada de alta gama, y que
su éxito internacional se debe a que controla a los 'happy beatiful' del
momento, es simplificar las cosas injustamente o estar muy mal
informado. Ya decía arriba que los prejuicios no son buenos consejeros y
que a menudo las personas ajenas a la moda los utilizan para defenderse
de la fascinación que ejerce sobre toda clase de personas, y sobre los
intelectuales especialmente.
El caso es que, tras acosarla un poco, por fin encontraba un filón
para descolocarla: ella no sabía cuánto costaba un modelo de su propia
colección. ¡Tremenda irresponsabilidad! ¡Pecado sin cuento! ¡Ajajá, una
amateur! Pues no, la verdad.
¿Ignora acaso el inquisidor que existen dos valores, ya desde Marx,
que son el valor de uso y el valor de cambio? ¿Supone que un creativo, y
ella lo es de su marca, tiene la obligación de atender al valor de
cambio, es decir, al precio, en lugar de concentrarse en el de uso, o lo
que es lo mismo, el placer que un vestido despierta en los sentidos de
quien lo adquiere, o sencillamente, de quien lo contempla en un desfile o
en un escaparate?
Ella, una mundana satisfecha de serlo, y al mismo tiempo una
trabajadora incansable, le respondió con ironía que en su casa la
educaron muy mal asegurándole que hablar de dinero era una cosa
horrible, de pésimo gusto. A mí, que procedo de una familia de
campesinos castellanos, también me enseñaron en mi casa que el precio de
las cosas no se dice. Por lo visto, esto también se ha vuelto demodé o
sospechoso.
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