El resultado de estos límites impuestos ha sido una colección comercial, esto es, vendible, o mejor dicho: ponible. Una colección colorista, que ya la quisiera que para su Haute Couture, pero que, al tratarse de Galliano, resulta decepcionante. Claro que para dar rienda suelta a su creatividad, ya tienen habrá pensado Arnault.
No porque sea fea, al contrario, es una colección preciosa. Tampoco porque no demuestre su categoría como couturier, que lo hace sobradamente. Ni porque no reinterprete a la perfección el espíritu de la maison, que lo hace. Lo decepcionante es cómo lo hace, y a quién se dirige. Y ya van dos veces.
Si los detractores de Lagerfeld le echan en cara que para reinterpretar el legado de Mademoiselle Coco no es necesario repetir el traje de chaqueta de tweed, ni la camelia, ni el 2.55 hasta la saciedad (en mi opinión no es ese su defecto, sino su mayor logro: presentar cinco versiones de lo mismo cada año); imagino que el mismo reproche cabe hacerle a Galliano cuando se vuelve ponible. Aún más, al menos Lagerfeld sabe rejuvenecer la firma, Galliano ha demostrado que no sabe diseñar para gente joven (y abarco hasta los cuarenta y pocos al hablar de juventud) cuando se inspira en el trabajo de Christian Dior.
Incluso, y a pesar de ser una colección de vestidos bonitos, termina por repetirse: los trajes de ante (como el gris de las primeras fotos) los vimos y el resto lo hemos visto Ésta es sólo la hermana pequeña de aquélla.
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